Cómo el control de la luz mejora la productividad.

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Siempre he sido bastante escéptico con todo lo que suena a “tendencia de oficina” (sobre todo cuando parece más postureo que resultados reales) pero lo que te voy a contar a continuación no tiene nada de moda pasajera: tiene que ver con cómo la luz (literalmente) cambió por completo el ritmo de trabajo, el estado de ánimo y, en definitiva, la productividad de mi equipo.

Y es que ya me habían saltado algunas alarmas, cuando veía mis compañeros trabajando y los notaba malamente de alguna forma: antes de pensar en los cambios, lo típico era ver a algunos compañeros intentando trabajar con la persiana medio bajada porque les molestaba el sol en la pantalla, mientras que otros necesitaban encender una lámpara a media mañana porque estaban en una esquina sombría. Sinceramente, el caos lumínico era real, y se notaba hasta en los correos respondidos con retraso, en las reuniones eternas y en el tono de voz bajito que se apoderaba del ambiente después de comer.

Algo no cuadraba.

Y ahí fue donde empezó mi obsesión (constructiva, eso sí) con la iluminación.

El día que decidí observar en vez de ordenar.

No quería imponer cambios sin saber muy bien qué estaba pasando, así que me tomé una semana solo para observar. Me sentaba en distintas zonas del espacio, tomaba nota de cómo incide la luz natural a lo largo del día, y también veía cómo respondía el equipo. Me fijaba en cuándo bostezaban más, cuándo hablaban más rápido, cuándo empezaban a moverse por la oficina sin rumbo…

No era una percepción subjetiva: los patrones eran clarísimos.

La luz natural directa en las primeras horas de la mañana animaba muchísimo, pero a partir del mediodía, en las zonas con orientación sur, el calor empezaba a apoderarse del ambiente. Por otro lado, las zonas más internas apenas recibían luz, y eso creaba un efecto cueva que robaba la energía de cualquiera.

Lo más curioso de todo es que muchos no eran conscientes de lo mucho que les afectaba; era como una incomodidad asumida, una especie de resignación laboral que sonaba a “es lo que hay”, pero en el fondo yo sabía que no tenía por qué ser así.

El primer paso fue entender qué tipo de luz necesitábamos.

Pensé que el caso no era tener más o menos luz, sino determinar qué tipo de luz teníamos, en qué lugar daba, y cómo afectaba a las tareas de los trabajadores: hay trabajos que requieren precisión visual, otros que exigen interacción constante y algunos más creativos que se benefician de una luz suave, nada agresiva.

Así que me puse en marcha y consulté con una diseñadora de interiores especializada en entornos de trabajo que me abrió los ojos a todo esto. Me explicó lo que ahora considero básico: la luz blanca fría estimula y ayuda a mantenerse alerta, mientras que la luz cálida relaja y funciona muy bien en zonas comunes o de descanso. También me habló de los ciclos circadianos y de cómo respetarlos mejora de forma natural el rendimiento y el bienestar.

A fin de cuentas, todo este asunto era pura ciencia aplicada al entorno laboral, y lo mejor de todo es que no hacía falta una reforma integral: bastaba con estudiar bien el espacio y saber qué tipo de soluciones aplicar.

La importancia del control personalizado.

Tras comentar el tema en la empresa, y con el fin de mejorar el rendimiento de todos los trabajadores, decidimos sectorizar el espacio y dejar que cada zona pudiera controlar su propia iluminación.

¿Cómo lo hicimos? Con sensores, temporizadores, lámparas de pie con distintos niveles de intensidad y, sobre todo, con una nueva gestión de la entrada de luz natural.

Aquí descubrimos algo que marcó un antes y un después: los sistemas de protección solar inteligentes. Fue entonces cuando los profesionales de Decoraziona nos recomendaron las cortinas plisadas por su gran capacidad para regular tanto la luz como la temperatura. Y es que este tipo de cortina contribuye a mantener una temperatura agradable sin la necesidad de tener el aire acondicionado funcionando a tope.

Y te aseguro que fue instalarlas y notar enseguida la diferencia: sin reflejos, sin sensación de horno a mediodía y sin esos cambios bruscos de temperatura que hacen que el cuerpo se resienta.

Resultados tras la primera semana.

Nunca olvidaré la primera reunión en la que, sin yo decir nada, uno del equipo soltó: “¿A vosotros no os pasa que últimamente se trabaja mejor aquí?” y a partir de ahí, todo fue cuesta abajo y empezamos a notar mejoras sin haber cambiado una sola política de empresa:

  • Menos errores en tareas repetitivas.
  • Mayor capacidad de concentración.
  • Más fluidez en las reuniones.
  • Y una mejora evidente en los tiempos de respuesta.

Todo sin cambiar el ritmo de trabajo, solo mejorando la relación con el entorno.

La decoración, una aliada silenciosa.

En este contexto, la iluminación fue la gran protagonista, pero lo cierto es que el resto de elementos decorativos también jugaron un papel fundamental: descubrí que el color de las paredes influía muchísimo, ya que los tonos claros, pero con calidez (blancos rotos, beiges, verdes suaves) ayudaban a reflejar la luz de forma equilibrada y aportaban calma.

También nos decidimos a usar materiales que reflejaran sin deslumbrar: superficies mates o satinadas, muebles en tonos naturales y detalles en madera clara, y el resultado fue un entorno más acogedor y sereno.

Al final era más que una cuestión estética: un espacio agradable mejora la disposición, el ánimo y, en consecuencia, la productividad; era como si todo fluyera mejor cuando el lugar se siente cuidado y optimizado, todo iba mucho mejor.

El antes y después en los turnos de tarde.

Los turnos de tarde solían ser lo más duro del día; cuando caía la luz natural, caía también el rendimiento.

Por ello pusimos una solución implementando luz LED regulable que simulaba los ciclos del sol, ajustando poco a poco la intensidad y el tono conforme avanzaban las horas. Añadimos también lámparas de escritorio en zonas estratégicas y usamos luz indirecta para evitar la fatiga visual, y el cambio fue inmediato: la gente llegaba al final del día más entera, más conectada y con más claridad mental. Al final no se trataba de trabajar más horas, sino de aprovecharlas mejor.

A veces, cuando paso por allí al final de la jornada, me sorprende ver a algunos compañeros quedándose un poco más, no por obligación, sino porque se sienten a gusto en ese ambiente.

Mejores reuniones, sin bostezos.

Me hace gracia, pero uno de los efectos más evidentes tras implementar dichos cambios fue la mejora en la calidad de las reuniones. Adaptamos cada sala en función del tipo de encuentro: más luz para las reuniones operativas, luz suave e indirecta para las creativas, y un control térmico que evitaba que acabáramos peleándonos con el aire.

También redujimos un poco el ruido en algunas zonas, porque cuando hay menos ruido, la luz se percibe mejor y es más fácil concentrarse. Al final, cuidar estos detalles juntos hace que la gente esté más cómoda y rinda más.

¿Y el teletrabajo?

Aunque en la oficina conseguimos resultados espectaculares, no nos olvidamos del teletrabajo. Hicimos una pequeña guía con consejos para colocar el escritorio cerca de una fuente natural de luz, elegir bombillas adecuadas, evitar reflejos, etc. Incluso ofrecimos sesiones online con una experta en ergonomía para ayudar a cada uno a adaptar su espacio personal. Una inversión mínima que tuvo un impacto enorme en la satisfacción del equipo.

Lo que más agradecieron fue sentirse acompañados en ese proceso, ya que no es lo mismo trabajar desde casa por obligación, que hacerlo sabiendo que la empresa se preocupa por cómo lo haces y cómo te sientes.

La luz como herramienta de liderazgo silencioso.

No me lo esperaba, pero ha sido una de las mejores consecuencias. Al tomar decisiones sobre cómo debía ser el entorno de trabajo, el equipo empezó a percibirme de una forma distinta, y propusieron mi ascenso en la empresa.

La gestión de la luz se convirtió, sin querer, en una forma silenciosa de mejorar la empresa: el ambiente estaba mejor, y la gente más tranquila, más conectada y más dispuesta.

Me demostró que el entorno es parte activa de la mejoría profesional y vocacional, y que cuando cuidas la luz, también estás iluminando el camino para que tu equipo dé lo mejor de sí.

Entonces, ¿Valió la pena la inversión?

¡Sin duda! Y no lo digo solo por la estética o por tener una oficina más moderna. Lo digo porque el control de la luz ha resultado ser una herramienta de productividad brutal: mejora la atención, reduce la fatiga, crea entornos más agradables y, en consecuencia, mejora los resultados.

Y lo mejor es que no hace falta gastarse una fortuna: basta con entender bien qué necesita cada espacio y aplicar las soluciones adaptadas. A veces son pequeños cambios, otras, inversiones más pensadas como las cortinas plisadas; pero lo importante es tener claro que cuidar el entorno de trabajo también es cuidar el trabajo en sí.

Y créeme, cuando los resultados llegan, el equipo lo nota, y tú también.

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